Asalto Al Jardín De Las Delicias

Aquel Centro de Arte, desde el trabajo en el gran espacio hasta en los detalles, era la reverencia de la ciudad a su pintor, pese a no tener allí ni una obra original. Eso dio a que Marcelo fantaseara con que si bien en s-Hertogenbosch no todos estaban al tanto ni involucrados en el asunto del asalto, su gente quería con toda el alma tener allí mismo un cuadro de Hieronymus Bosch. Y de tal forma llegó a concebirlo como deseo del pueblo que le revivió los sentimientos de justicia que alguna vez lo alentaron.

Así es como esta historia nos lleva al Jardín de las delicias. Y no solo en la estructura del relato, tan intensamente relacionado con los misterios y fascinaciones, con los juegos de seductoras bellezas y espantos del cuadro. Nos convoca además al exponer el alma humana frente a un espejo en que cada quien y todos nos identificamos.

Esta obra, desde siempre, atrajo afanes y codicias, de poderosos y no tanto. Y cuando tal pareciera haber llegado el tiempo de ser admirada en justa paz, una cofradía que hunde las raíces de sus orígenes en los tiempos de las luchas que enfrentaron a los religiosos por el poder en los cielos, y con los seglares por el de la tierra, convoca a una experta en pintura flamenca, un piloto de la segunda guerra mundial, una bella argentina vinculada a la nobleza, un guerrillero exiliado en Holanda, y un grupo de choque alemán, para asaltar el Museo del Prado…